martes, junio 06, 2006

Póker

Sabes que si empezara ahora a jugar contigo terminarías diciéndome que jamás eres capaz de ganarme. Por eso, cuando no lo notas, te escondo entre tus cartas algún que otro As, o alguno de esos bufones de corte que sonríen atolondrados aún cuando lo que quieren es llorar. Se te nota a la legua tus malas jugadas. Se te iluminan esos ojos cuando ves esa carta que en mis trucos de mago barato he conseguido colarte. Así que un As y un comodín, me digo sonriéndome por dentro. Doy una calada a mi cigarro. Me gusta dejar que se consuman y que dejen ese gris círculo de ceniza, con la constante incertidumbre de si será en esta brisa o en la siguiente cuando caiga al suelo. El humo siempre dio más ambiente a las partidas de póker, incluso cuando en esta sólo estemos tú y yo, yo y tú, y un mundo que nos separa en forma de cartas de papel prensado.

Querido, me temo que hoy por la mañana empezó a ser demasiado tarde para volver a querernos. -Doy otra calada a lo que queda de mi cigarro. Miro por la ventana y las ondulaciones del viento hacen moverse a los árboles demasiado rápido.- Querido, -decía-, si te vas, no pienses en tenerme para siempre, pues mis labios olvidarán tu nombre con el último adiós que te digan. Si lees está carta estarás montado en ese tren que aparta poesías de mis manos, que me roba los temblequeos más placenteros de mi última soledad. Si te vas no vuelvas a mirarme a estos ojos que sólo han sabido verte aún cuando no estabas. -Noto un ligero calor en mis dedos. El círculo de ceniza cayó al suelo hace ya algunas curvas. Vuelvo a mirar por la ventana. Ahora es el mar el que se dibuja cual tabla rasa sobre el horizonte.- Querido, esta es la última carta que te escribo. Los dos somos mayores para jugar a querernos sin saber que queremos realmente. Sabes, he de reconocerte, siempre has jugado con las cartas marcadas. Siempre fuiste la parte, mi parte, la última parte de mi olvido. Lo siento, despídete por mí.

Siempre serio, arqueo el ala derecha de mi sombrero. Enfrente de mí una dama hace aspavientos tratando de darse aire con un destrozado abanico. En la ventana sólo se ven pequeños pueblos difuminados por una leve lluvia. Mientras tanto, me presento con la duda de encender otro cigarro o abrir el segundo de los paquetitos que me diste perfectamente prensados...

Querido, no sé porque me vuelvo a traicionar como tantas veces. Siempre te digo que esta es la última y luego vuelves y un solo yo y un solo tú me valen para perdonarte mil veces, con tu figura recortada en el perfil que dejas entre sombras sobre la puerta. Pero te lo juro, te lo prometo, que esta es la última. Me quedaré sin voz antes de volver a poder decirte perdón. Enmudeceré mil años a costa de gritar en barrancos y en las laderas de los ríos y será mi eco el que, si quiere, te perdone lo que queda de eternidad. -No sé porque me sonrío cuando leo estas frases. Será que siempre he sabido que no era lo que realmente pensaba, y quizá, las escribió cuando añoraba mis besos.- Ahora vete y no vuelvas y que el viento no traiga jamás tu nombre hasta mis montes para no turbar al eco que produzca...

Así hasta treinta. Treinta pedacitos de papel prensado que van contado sus historias. Cada una de esas cartas tuvo su contestación. Cada una de esas cartas tuvo su beso de bienvenida antes del de despedida que generó nuevas cartas. Así hasta treinta veces. Decías que era incorruptible, que nunca ganarías la partida. Sí supieras la de ases y comodines que metí entre tus cartas. Tanto es así que me quedé sin posibilidad alguna de ganarte en las futuras partidas. Lo único que entra en mis manos son damas de corazones, demasiado sentimental para jugarme mi vida a ellas, sabiendo de antemano tu pareja de ases... y sí, hoy vuelvo, y mi muda compañera de gritar al aire, vuelvo para siempre, para quedarme a tu lado. Para plantarme con estas viejas cartas debajo de los zarzales que ocupan tu cuerpo. Hace tiempo que ganaste la partida. Hace tiempo que no voy a verte mas que con flores en las manos y el corazón vacío de pensar. Siempre escribiendo esas cartas. Pidiéndome que no me fuera. Diciéndome que me olvidarías para siempre. Y yo sonriendo siempre por no llorar a los pies de tu alma de madera con cabeza de mármol que reza algo así como aquí yace... Nunca conseguí leer más allá del aquí yace. Nunca me interesó demasiado, pues sabía todos los datos relativos que seguían esa frase. Y cada vez que te visitaba una carta amarilla con un cordoncito en aspa y un corazón lacrado. Y muda te quedaste. Y en verdad que era tarde para querernos. Y a mi me mataba aquel pueblo donde tantas veces fuiste mía. Hoy, es hoy. Treinta años llevo viniendo este día marcado. Me acerco a donde moras y es en el único momento en que me quito el sombrero. La gabardina calada, que siempre ha llovido este día, y mis últimos cigarros mojados. Y siempre una carta nueva. Y siempre en cada viaje en el que vuelvo las releo todas. Y hace ya treinta años... y hoy cuando te llegue habrá un gran agujero al lado de tu alma de madera. Y hoy quizá me perdones y me llenes de besos y me digas con esa cara tuya “Has vuelto” y me cojas de la mano y los dos, tú y yo, yo y tú, le ganemos la partida a la muerte... con tu pareja de ases y mi dama de corazones...

1 comentario:

Anónimo dijo...

dios javi...de verdad...los pelos como escarpias...tremendo...precioso...