martes, abril 14, 2009

El Recuerdo de Aquel Viejo Bar...

El viejo piano, el humo, el mismo ambiente viciado de siempre. Aquello que antaño hizo que emigrara a otras calles alejadas de tu media melena a lo bailarina de can-can vuelven al recuerdo mientras deambulo, sin prisa, por aquellas calles mal adoquinadas. El frío de la noche sigue siendo el mismo, mi sombrero también y mi gabardina, más roída en sus bajos, tiembla aún cuando recuerda el jazz. La pitillera la vendí en olvidos de final de barra. La memoria la bañé en alcohol barato y las risas las recuperé burlándome de las musas que creían vencer perdiendo. A las puertas del viejo Mary Street un rótulo grande y luminoso resalta un nuevo nombre impronunciable. Allí, donde postrado en un fracaso descubrí que a veces es mejor perder que ganar, todo era distinto; todo menos aquel viejo piano, el humo y el mismo ambiente viciado de siempre. Después de todo aquello acudí, durante unos días, a robar el aire a aquella morena con el pelo a lo bailarina de can-can. Entre whiskys dobles, como siempre sin hielo, entre notas encaradas de jazz y entre cigarros que amarillearon mis dedos empecé a comprender que aquellas paredes eran demasiado pequeñas para mí. Después de apostarme el mundo a unas cartas sin remite dejé mi apartamento de la 45 con Prince y me embarqué en una huida de las noches de insomnio. Jamás volví a ver a aquella morena de pelo a lo bailarina de can-can. Jamás recordé, hasta hoy, lo oscuro de aquel callejón, los murmullos, el olor del humo de los bares, la melancolía de los vasos vacíos, tu risa triste y mis cigarros robados. No recordé aquella primera vez en que descuidado me quité el sombrero cuando dentro atronaron los sentimientos… y evidentemente me mojé. Hoy no hay mesas donde sentarse. El piano permanece arrinconado en una esquina del bar. Lo que otrora fuera tu barra hoy es un escenario vacío de músicos. Lo que otrora fuera mi mesa hoy es un amplificador negro y extraño y donde otrora estabas tú sentada, robando miradas furtivas y bebiendo en copas ajenas hay hoy un enorme pilar de hormigón que en nada recuerda tu figura. Supongo que la melancolía juega malas pasadas y al ver ese pilar de hormigón no he podido por menos que echarme a reír. Ya te dije, recuperé la risa burlándome de las musas que creían vencer perdiendo. El pasado es pasado no porque ya haya sucedido; el pasado es pasado porque tenemos la certeza de que nunca más volverá a suceder. Hace tiempo que ya no llueve ni atruena en aquel bar y sin embargo nubes grises salen a doquier de una especie de máquinas destinadas para ello. Al fondo veo a una pareja de jóvenes contándose mentiras que esperan ser creídas. Al lado una preciosa sonrisa me escruta, algo confusa, qué voy a tomar. A veces el tiempo tiene estas cosas, te coloca en lugares poco propicios para tu edad. Supongo que mi sombrero, mi gabardina y mi aspecto poco encajan hoy en aquel lugar que un día fue mis noches. El recuerdo de lo sentido me ha llevado hasta aquel callejón de la 42, hoy con otro nombre. El recuerdo de tu voz, de tu sombra, de tu mirada al viento, tan alejada a mi lado como cercana de lejos… pero no tu recuerdo. A la muchacha que me pregunta del otro lado de la barra le contesto irónicamente con un “lo de siempre” y no es su ignorancia de mis deseos lo que la hace acudir a una mujer vetusta que aparece de la nada entre una puerta que se disimula en la pared de la barra. De espaldas a ambas, y ajeno a todo, sigo repasando en memorias cada rincón de ese antro. Luego todo sucede… el gorgoteo inteligible de la música electrónica deja paso a unas notas de “Love me or leave me”, a mi espalda un “aquí tiene” me sirve un vaso de whisky doble sin hielo y a la par, en una vieja pitillera plateada, tres cigarros blancos y sin filtro y entre todo ello una nota manuscrita en la que en letra zozobrante y anciana apenas podía leerse “porque en mi derrota llevé la tuya; porque en mi propia victoria perdí… perdona a la mujer que en ti fui y que nunca lo supo ser”… y el pasado… el pasado es pasado no porque ya haya sucedido; el pasado es pasado porque tenemos la certeza de que nunca más volverá a suceder… y me fui, no sin antes pagar mi whisky, tomar mi pitillera y olvidar para siempre la dirección de aquel bar.